24 de agosto de 2011
Tratame mal
No es que quiera sacar a relucir mi costado masoquista, ni que disfrute de autoflagelarme. Pero por momentos me encantaría pedirte que me trates mal. No hablo de violencia, ni daños físicos. Tampoco pido gritos, ni escándalos. Sólo hablo de indiferencia.
Olvidame, dejame atrás, borrame, cerrá el capítulo, cambiame, suprimime, tachame... lo que gustes. Pero tratame mal. Es un pedido tan desesperado como egoísta. No es que te de razones para hacerlo, pero necesito juntar algún rencor para poder expatriarte.
Tu buen trato no me ayuda. Tu respeto no hace que pases al olvido, ni cierra el capítulo, ni te deja atrás. Por eso, ruego casi en tono de súplica que hagas un último esfuerzo, que logres ganarte todo mi odio para que no me queden energías ni siquiera para recordarte.
19 de agosto de 2011
Ella
Ella es ese objeto tan deseado. Ella es toda una mujer, pero aún no se despega de su espíritu de niñita inocente. Ella es la que todos quisieran tener, pero ninguno se atreve a enfrentar. Ella es la seriedad personificada cuando de obligaciones se trata. Pero también llega a ser el alma de la fiesta o ese bufón preferido del grupo cuando se habla de diversión. Ella es esa que, si no está, es capaz de hacerse notar incluso por su ausencia. Ella es la que de día sonríe, bromea y se jacta de su "nada me importa". Pero también es la que cada noche apoya la cabeza en la almohada y llora con desconsuelo su realidad. Ella es esa a la que todos quieren conmover. La figurita difícil, la que cuando dice que sí, es capaz de levantar cualquier ego. Ella es el trofeo que genera sensación de triunfo. Pero esa sensación dura poco y ella es la primera en ser olvidada cuando se pasa la emoción inicial. Ella es mucho más que una fachada. No le interesa la imagen y no cambiaría su esencia si tuviera otro envase. Ella es la enamoradiza, la que se topa siempre con hombres difíciles. La que sufrió un sinfín de desilusiones, pero sigue con la esperanza de que la próxima vez será diferente. Ella es alegre, soñadora, despierta y tan tenaz que podría lograrse todo lo que se propone si quisiera. Ella es la que un día te eligió. Pero tu egocentrismo fue más fuerte. Ella es la que se preocupa, la que siempre te piensa y la que va a estar cuando la necesites, porque no conoce los rencores. Ella es la que te quiso... aunque no lo hayas podido ver.
16 de agosto de 2011
Muñeca de trapo
A diferencia de muchas niñitas, nunca quise ser como una Barbie. Por supuesto, el consumismo en el que estoy inmersa desde la primera infancia me ha llevado a tener en algún momento mi propia colección de mini platinadas voluptuosas. Sin embargo, confieso que siempre me sentí más identificada con la relegada pepona que con esas muñecas de belleza exultante.
Hoy, con unos cuantos años más, traslado esa misma aprensión a las "Barbies de carne y hueso" que nos rodean. Nunca me sentí identificada con esas muñecas reales cuyo mundo se construye en base a preocupaciones que no van más allá de la estética y el excesivo cuidado del cuerpo.
Tal vez, el haber sido la única hermanita mujer de la casa me acostumbró desde chica a otras actividades que me mantuvieron siempre lejos de la imagen cliché que priorizamos hoy en día (más allá de mis eventuales ataques de “minitah”)
Seguramente, el haber pasado muchas horas de mi infancia entre autitos, canicas y álbumes de fútbol me quitó cualquier aspiración de emular la muñeca perfecta. Como sea, y más allá de las bromas con respecto a mi exacerbada faceta de masculinidad, siempre me interesé poco por ser parte del estereotipo moderno.
Y hoy, que esos juegos quedaron atrás, sigo orgullosa como en esos años felices porque me mantengo en la sencillez de ese lugarcito de muñeca de trapo en el que tanto me gusta estar.
12 de agosto de 2011
Máscaras
Eran casi las 21. La sala estaba llena, como cada noche, como siempre. Si hubiese podido elegir, seguramente habría preferido estar sumida en su soledad y no tener que enfrentar esa audiencia que tanto la esperaba. De ser posible, hubiera elegido no tener que salir a aparentar esa sonrisa acartonada e irreal que poco se condecía con sus ánimos.
Tenía todo para ser feliz: un público que la amaba, grandes amigos, su fortuna, la profesión con la que siempre había soñado y una belleza tan natural como imponente. Pero, aunque suene a receta para la felicidad asegurada, nada de eso le servía para aliviar su enorme tristeza.
Él ya no estaba, y entonces a esa fórmula para la vida perfecta le faltaba un componente. Había llorado, se había enojado y hasta había coqueteado con la posibilidad de pasar un parte de enferma que la liberara del asunto esa noche.
Pero había un volumen importante de personas con el único deseo de verla. Lo sabía. Y también sabía que a la hora de trabajar, los problemas deben quedarse en el umbral de la puerta. Como sea, tenía que cumplir con toda esa gente y consigo misma.
Se puso su mejor vestido. Se vio en el espejo y, aunque sus ojos eran pura tristeza, se veía tan linda como siempre. Se secó las lágrimas, ensayó una sonrisa y salió a escena. Aunque no encontrara razones, había una audiencia esperando y tenía que seguir.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)