14 de marzo de 2011

La odisea de ser celíaco en un país sin ley


Y ese día se confirmaron mis peores sospechas. Los malestares y esa aparente anemia crónica tenían una razón concreta: la celiaquía.
Sin esperarlo, de un día para otro tuve que pensar en un futuro que no incluiría pastas, panes o facturas.
Cuando lo descubrí -hace un poco más de 4 años- era una suerte de bicho raro en todo lugar al que asistiera. No podía evitar sentir la mirada de lástima cada vez que sacaba mi vianda prefabricada.
Ese primer desayuno me resulta inolvidable. Fue un sábado a la mañana. Estaba sentada con mi café con leche frente a 3 intentos de galleta que se asemejaban más un cartón que a algo comestible.
Después, las molestias se trasladaron a otros ambientes externos a mi casa: resistirse a una cerveza bien fría un sábado a la noche era casi una deshonra para el que me la ofreciera.
Que mi merienda se limitara a un café sin una sola medialuna, era no saber aprovechar las tentadoras promociones de la confitería.
Con la bronca propia de la situación, fui evitando las comidas en restaurantes y cualquier tipo de evento social que implicara ese tema que se había vuelto tan tabú para mí: la comida.
Pero el alejamiento no hace más que empeorar la situación. Y es cualquier cosa menos una ayuda para asimilar la cuestión.
De a poco, y después de muchos meses de luchar por adaptarse, hay un click que hace dar cuenta de que no hay razones para esconderse a comer y evitar así las preguntas incómodas.
Por suerte, como buena sociedad en evolución que somos, hoy puedo decirle a alguien que en vez de invitarme a "tomar una birrita", la salida conste de algún otro aperitivo permitido.
También, puedo pedir que me sirvan ese delicioso lomito completo en un plato y lejos de cualquier pan francés. Y todo eso sin que me miren raro o me hagan chistes molestos.
No es menor decir que, quienes mejor me conocen y han vivido conmigo este largo proceso de adaptación, hoy me reciben gustosos en sus casas con un plato preparado a mi medida y no hay cumpleaños donde no esté ese "vinito para Mer".
De todas formas, sigue siendo de gran necesidad que se reglamente la ley -aprobada en 2009- que equipara los derechos del celíaco con los del resto de la población.
Con esa norma, se garantiza que una persona como yo pueda ir a tomar un café y que tenga la opción de elegir una medialuna o un alfajor sin gluten y no pase hambre viendo comer a los demás.
Con ese gran paso, cualquiera podrá ir a un supermercado y elegir correctamente tan sólo con guiarse por las etiquetas de los productos.
También, los precios de los alimentos sin gluten se asemejarán a los de los productos comunes y no duplicarán -y en algunos casos, hasta triplicarán- su valor.
Hoy, ya no hay salida a la que no vaya por cuestiones alimenticias. Y cuando me preguntan por mi dieta, respondo con una sonrisa y esbozo una breve explicación para ubicar al otro en tema.
Ser celíaco ya no es ser un bicho raro, ni un enfermo al que miran con lástima.
Ser celíaco es vivir teniendo una conducta y aprender a elegir lo que se consume para poder estar igual de sano que todos los que consumen gluten.

2 comentarios:

  1. Muy buena nota. A mí me llamó gratamente la atención ver, en el menú del restaurant de un Hotel en Iguazú, indicado con un signito los platos aptos para celíacos y los platos aptos para vegetarianos. Es una avance ¿no?

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  2. Gracias, grace! Sí, hay algunos restaurants que tienen platos especiales. Por lo general, se da cuando los dueños de esos lugares tienen algún familiar celíaco.
    De todas maneras, reconozco que hay un gran avance en la sociedad.
    Faltaría como último pasito, que se reglamente la ley.

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